Aunque generalmente se considera que el padre de la arqueología moderna fue el germano Johann Joachim Wincklemann, hay que tener en cuenta que esa ciencia no apareció de pronto en el siglo XVIII sino que tuvo raíces cientos de años antes, con mención especial para aquel Renacimiento italiano que recuperó el clasicismo artístico y cultural grecorromano. Consecuentemente, habría que llamar «abuelo» de la arqueología a uno de aquellos humanistas multidisciplinares, fundador también de la epigrafía en opinión de Theodor Momsen y al que debemos la identificación de las pirámides de Giza y el Partenón: Ciriaco de Ancona.

Ciriaco Pizzecolli, que tal era su verdadero nombre, nació el 31 de julio de 1391 en Ancona, un municipio de la región adriática de Marcas que había formado parte de la Pentápolis italiana (un ducado bizantino) pero que logró convertirse en república independiente, evitando convertirse en señorío -salvó cuatro décadas sometida a la casa Malatesta-, hasta que el papa Clemente VII la anexionó a los Estados Pontificios en 1532. Pero, antes, vivió un período de esplendor que coincidió precisamente con la presencia de su hijo más ilustre.

Como pasó con otras repúblicas medievales italianas, el comercio fue lo que hizo prosperar a Ancona y a eso se dedicaba la familia de Ciriaco, formada por sus padres, los acomodados mercaderes Filippo Pizzecolli y Masiella Selvatici, más dos hermanos llamados Cincio y Nicolosa. Sin embargo, el destino les jugó un grave revés cuando el pequeño Ciriaco apenas tenía seis años, pues primero el progenitor falleció y después la empresa quebró como resultado de tres naufragios de su flota y dos incursiones piratas que saquearon sus almacenes.

Rutas comerciales terrestres y marinas de la República de Ancona junto con sus consulados y almacenes en el exterior
Rutas comerciales terrestres y marinas de la República de Ancona junto con sus consulados y almacenes en el exterior. Crédito: Gepgep / Wikimedia Commons

Masiella, empobrecida, tuvo que buscar un trabajo humilde con el que mantener a sus hijos y proporcionarles educación. Al alcanzar los nueve años de edad Ciriaco fue confiado a su abuelo materno, navegante que lo llevó consigo en sus viajes para que aprendiera el oficio del comercio. Así fue cómo descubrió otras ciudades italianas y, según admitió él mismo, despertaron sus ganas de ver mundo. Y consecuentemente, al llegar a los veintiún años realizó su primer periplo en solitario como escribano de un barco que le llevó hasta Alejandría.

En la ciudad egipcia había una colonia de Ancona, pero lo que realmente deslumbró a Ciricaco fueron las ruinas monumentales faraónicas y romanas que encontró en sus siguientes destinos del Mediterraneo, que le impulsaron a sentar un poco la cabeza y volver para dedicarse a los estudios. Los realizó en la escuela de Tommaso Seneca da Camerino, un humanista que le enseñó latín a partir de los textos de Virgilio y le convirtió en un experto en Dante Allighieri. Esa etapa de formación teórica duró un par de años.

En 1417 la dio por finalizada y emprendió otra más práctica haciendo un segundo viaje por el Mediterráneo: Dalmacia, Sicilia, Venecia… También Constantinopla, donde aprendió griego antiguo y empezó a coleccionar textos clásicos. En 1421, regresó otra vez a Ancona, donde fue nombrado seviro (uno de los seis miembros del Consejo de Ancianos, el gobierno de la ciudad,). Como tal, se le encargó la restauración del Arco de Trajano que allí había, lo que le dio la oportunidad de subir por los andamios que envolvían la estructura y analizar de cerca las inscripciones de la parte alta.

El Arco de Trajano en Ancona, en una pintura de Domenichino
El Arco de Trajano en Ancona, en una pintura de Domenichino. Crédito: Dominio público / Wikimedia Commons

La tradición dice que fue la emoción experimentada en ese momento la que le hizo asumir que su vida giraría en torno al estudio de la Antigüedad; un hombre incansable en ese sentido, como dijo Francesco Filelfo, un poeta amigo suyo. A través de la lectura y análisis de los libros adquiridos alcanzó una vasta cultura autodidacta que, no obstante, no sólo no le disuadió de seguir descubriendo lugares nuevos sino que le empujó a visitar en persona los rincones de la Antigüedad que antes conocía únicamente sobre el papel.

Y, así, a partir de 1423 recorrió tanto la Grecia continental como la insular siguiendo las obras de Estrabón, Heródoto y Pausanias antes de saltar a Tracia, Egipto, Siria y Líbano, siempre centrando su interés en documentar literaria y artísticamente las ruinas griegas y romanas que hallaba. Incluso empezó a mantener correspondencia con otros humanistas (el citado Filelfo, Leandro Alberti, Leonardo Bruni…) y artistas de renombre (Donatello, Bellini), así como a mostrar un interés especial por las inscripciones epigráficas romanas, sobre todo después de estudiar las de Pula (en la actual Croacia) y las de los arcos de Augusto en Fano y Rímini.

Todo esto está tan admirablemente realizado que yo diría que este arte es casi divino, más que humano. Todo esto parece haber sido producido no por el artificio de manos humanas, sino por la naturaleza misma.

ciriaco de ancona

En 1427 aceptó la oferta de la familia veneciana Contarini de gestionar sus negocios comerciales en Chipre para poder conocer al célebre príncipe Juan de Lusignan, con el que entabló amistad y merced al cual encontró un manuscrito de la Ilíada en la biblioteca de un monasterio ortodoxo donde pernoctaron tras una jornada de caza. En la isla se hizo con otros manuscritos clásicos: uno de la Odisea y varias tragedias de Eurípides.

Retrato al fresco de Ciriaco de Ancona hecho por Benozzo Gozzoli
Retrato al fresco de Ciriaco de Ancona hecho por Benozzo Gozzoli. Crédito: Dominio público / Wikimedia Commons

En 1429 se desplazó a Adrianópolis, donde adquirió más libros y profundizó en su estudio de griego, aunque el capítulo más inolvidable de aquella estancia fue la compra de una esclava epiriota llamada Chaonia, a la que manumitió, bautizó con el nombre de Clara (aunque él se refería a ella como kore, o sea, chica) y convirtió en su pareja para el resto de su vida. Momentos felices enturbiados en 1431 al visitar la Tesalónica recién conquistada por los otomanos, que esclavizaron a la mayor parte de la población; un triste espectáculo que le impresionó tanto como para escribir sobre el tema varias veces.

Más adelante, entre 1431 y 1436, seguirían Delfos -donde localizó los restos del santuario-, Butrinto, Apolonia, Nicópolis, Eretria -de la que esbozó un plano con sus ruinas más destacadas-, Épiro, Quíos, Rodas, Creta, Delos, las islas Cícladas, Beirut, Damasco, Mitilene…

Asimismo, fue el primero en dibujar la columna de Justiniano erigida en Constantinopla antes de que los turcos la demolieran. Todo ello le hizo ganar un bagaje cultural inmenso y una importancia fundamental para la arqueología futura, de ahí que a menudo se hable de él como el padre de dicha ciencia antes que el mencionado Wincklemann.

La jirafa pintada por Ciriaco (izq) y la versión que dejó El Bosco en El jardín de las delicias (dcha)
La jirafa pintada por Ciriaco (izq) y la versión que dejó El Bosco en El jardín de las delicias (dcha). Crédito: Dominio público / Wikimedia Commons

En esos viajes se puso, después de un sueño, bajo la autodeclarada protección de Mercurio, dios de la elocuencia, la comunicación y los viajes. Algo que pudo haberle acarreado problemas, no tanto por las burlas recibidas como por la acusación de abrazar el paganismo, si bien nunca llegó a constituir nada grave porque, en realidad, no hacía más que imitar lo que antes había hecho Dante en la Divina comedia. Por eso en 1424 fue recibido sin trabas por Gabriele Condulmer, futuro papa Eugenio IV que había sido legado papal en Ancona y que le invitó a explorar las ruinas de Roma.

Siete años más tarde regresó a la Ciudad Eterna, donde Condulmer ya se sentaba en el trono de San Pedro y se disponía a coronar al emperador Segismundo. Ciricaco guió a éste por los rincones antiguos de la urbe y le solicitó intervenir en una Constantinopla amenazada por los otomanos.

Fue en Roma donde lamentó el expolio de mármoles de monumentos antiguos para la construcción moderna, donde reseñó por primera vez una obra que vio en el palacio del cardenal Próspero Colonna, el hoy célebre Torso de Belvedere, y donde interpretó por escrito la villa Adriana.

El Partenón dibujado por un artista anónimo (arriba) y Sangallo (abajo) basándose en bocetos previos de Ciriaco
El Partenón dibujado por un artista anónimo (arriba) y Sangallo (abajo) basándose en bocetos previos de Ciriaco. Crédito: Dominio público / Wikimedia Commons

En 1435 llegó el turno de Egipto, de nuevo. Autorizado por el sultán otomano de El Cairo, remontó el Nilo, describió certeramente las pirámides de Giza (que hasta entonces se tomaban en Europa por los graneros del José bíblico) y dibujó animales poco conocidos como la jirafa -a la que dio su nombre actual, zoraphas, tomándolo del árabe en sustitución del griego kamēlopárdalis– o el elefante (bocetos que, por cierto, sirvieron de modelo a El Bosco, al igual que otros inspiraron a Sangallo, Mantegna y muchos más por ser la única fuente disponible).

Ciriaco planeaba alcanzar Tebas y encontrar el santuario de Amón visitado por Alejandro Magno, pero finalmente, entrado el año 1436, optó por pasar a Atenas. Evidentemente, quedó fascinado por la Acrópolis, a la que llamó de esa forma en vez de las usadas hasta entonces («roca», «palacio de los duques de Atenas») y donde identificó correctamente el Partenón, del que había leído referencias y al que en Europa se tomaba por una iglesia en honor de Santa María; también fue el primer europeo en dibujar la estatua de Atenea Parthenos. De ese modo amplió de forma notable la documentación sobre Grecia realizada en aquel viaje primigenio de una década antes, localizando la ubicación del santuario de Delfos.

…el maravilloso templo de la diosa Atenea, obra divina de Fidias, con 58 sublimes columnas de tal magnitud que miden siete palmos de diámetro. Está adornado por todas partes con las más nobles esculturas que jamás la maravillosa habilidad de un escultor pudo representar, tanto en frontones, muros, cornisas, frisos y epistilo

Ciriaco de ancona

Esa labor erudita no le impidió atender sus obligaciones políticas. En 1438 fue nombrado magistrado de la República de Ancona y participó en el concilio de Florencia, en el que se intentaba unir las iglesias Católica y Ortodoxa. La estancia le permitió conocer a los Médici y a Brunelleschi pero, además, se dice que se esforzó en alentar una intervención contra el Imperio Otomano, que amenazaba ya abiertamente al Imperio Bizantino. En ese sentido en 1440 llegó a Ragusa para firmar una alianza y eso le trajó una nueva oportunidad cultural.

La Fontana de Onofrio con la inscripción epigráfica de Ciriaco
La Fontana de Onofrio con la inscripción epigráfica de Ciriaco. Crédito: Dennis Jarvis / Wikimedia Commons

Y es que su afamado dominio de la epigrafía romana hizo que las autoridades de esa república le encargasen dos inscripciones, una para la fachada del Palazzo dei Rettori y otra para la Fontana de Onofrio; efectivamente, Ciriaco lo hizo usando el estilo epigráfico usado en la Antigua Roma. Al año siguiente escribió de una forma muy diferente: con su propia letra y combinando latín con su idioma, para componer un poema de tema tan insólito como el mármol de Paro, que era el que usaban escultores como Policleto, Fidias y Lisipo.

La blanca Paros
gloria de las Cícladas en el mar Egeo,
honor de artistas, héroes y dioses,
tú haces que el mundo resplandezca

Ciriaco de ancona

Posteriormente volvería a la escritura, con una obra en seis volúmenes titulada I Commentarii cuyo original, lamentablemente, se perdió en 1514 en un incendio que arrasó la biblioteca de los Sforza en Pésaro, aunque se conserva gracias a copias. Algo parecido pasó con un conjunto de manuscritos documentales sobre Ancona, quemados en el incendio que sufrió el archivo de la ciudad en 1532. Los pocos textos supervivientes se imprimirían en diversas ciudades en los siglos XVII y XVIII.

El sermón de San Marcos, de Gentile y Giovanni Bellini. La arquitectura y los animales están basados en dibujos de Ciriaco
El sermón de San Marcos, de Gentile y Giovanni Bellini. La arquitectura y los animales están basados en dibujos de Ciriaco. Crédito: Dominio público / Wikimedia Commons

En 1447 volvió a sentir la llamada de la Antigüedad y se plantó en Mistra, en el Peloponeso, con el objetivo de buscar las ruinas de Esparta. Fue entonces cuando, formando parte de una embajada del rey de Hungría, conoció personalmente al sultán Murad II y al que iba a ser el último emperador de Oriente, Constantino XI Paleólogo. También a Jorge Gemisto, alias Pletón, un humanista bizantino que le introdujo en la filosofía neoplatónica y le permitió copiar un volumen de la Geografía de Estrabón que conservaba en su colección particular.

Antes de regresar en 1448 describió la basílica de Santa Sofía y visitó los monasterios del monte Athos. En 1449 llegó a Ferrara y pidió permiso a Venecia para navegar hacia Occidente con la idea de ir a España, algo que no pudo realizar. De hecho, ni siquiera llegó a ver la caída de Constantinopla, ocurrida en 1453, pese al testimonio de Jacopo de Languschi, que asegura que visitó al sultán Mohammed II para intentar leerle los clásicos y sensibilizarlo sobre el patrimonio cultural griego; parece tratarse de un simple error de transcripción decimonónico.

Se cree, pues, que Ciriaco falleció antes; quizá en 1452 por la epidemia de peste que asoló Cremona, localidad a la que se había retirado. El epígrafe de su tumba redactado previamente por él mismo, dice:

D.I.S.
MASIELLAE K(YRIACI) F(ILIAE) SILVATICAI
MODESTAE MULIERI
KYRIACUS PH(ILIPPI) F(ILIUS)
PICENICOLLES
PARENTI PIENTISS(IMI)
ET SIBI
CLARAEQ(UE) L(IBERTAE) KORE
H. N. H. N. S.

(Ciriaco Pizzecolli, de Masiella, hija de Ciriaco Selvatici, mujer dulce, hijo de Filippo, padre piadosísimo, tanto para él como para su liberta Clara Kore)


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