Alphonse Allais es un nombre que quizás no todos reconocen de inmediato, pero su influencia en el arte, la literatura y el humor es innegable. Este periodista, escritor y humorista francés de la Belle Époque dejó una huella imborrable gracias a su estilo inconfundible, lleno de ironía y absurdo.

Nacido el 20 de octubre de 1854 en Honfleur, Normandía, Allais es famoso no solo por su aguda pluma y juegos de palabras, sino también por ser pionero en el arte del silencio y la simplicidad extrema.

Fue el más joven de cinco hijos de Charles Auguste Allais, un farmacéutico, y Alphonsine Vivien, y ya desde temprana edad mostró una inclinación por lo científico y lo cómico. Su infancia en Honfleur estuvo marcada por el silencio, ya que hasta los tres años no pronunció (o no quiso pronunciar) palabra alguna, lo que llevó a su familia a pensar que era mudo.

Alphonse Allais hacia 1900
Alphonse Allais hacia 1900. Crédito: Dominio público / Wikimedia Commons

A pesar de sus aptitudes para las ciencias, Allais se desvió pronto hacia el humor y la escritura. Primero intentó seguir los pasos de su padre en la farmacia, pero sus travesuras creando medicamentos falsos y una serie de experimentos fallidos, lo llevaron a buscar un nuevo camino en París.

Allí, se involucró en la escena bohemia y comenzó a escribir para diversas publicaciones, como el semanario Le Chat Noir, que se convirtió en el epicentro de su creatividad. Desde sus primeras colaboraciones, se distinguió por su habilidad para encontrar humor en lo mundano y lo absurdo, con un humor que también reflejaba una aguda crítica social.

Uno de los aspectos más destacados de la carrera de Alphonse Allais es su contribución al mundo del arte. Mucho antes de que el arte conceptual se convirtiera en una corriente reconocida, Allais ya jugaba con ideas innovadoras y desafiantes.

En 1882, su amigo Paul Bilhaud presentó una pintura completamente negra titulada Combate de negros en una cueva durante la noche en el Salón de los Arts Incohérents. Inspirado por este acto, Allais decidió llevar el concepto aún más lejos y, al año siguiente, presentó su obra Primera comunión de jóvenes anémicas en la nieve, que consistía en un cuadro completamente blanco.

Cosecha de tomates por cardenales apopléticos a orillas del Mar Rojo, pintado por Alphonse Allais en 1897
«Cosecha de tomates por cardenales apopléticos a orillas del Mar Rojo», pintado por Alphonse Allais en 1897. Crédito: Dominio público / Wikimedia Commons

Realizado 30 años antes que el famoso Blanco sobre Blanco de Malevich, fue una burla al mundo del arte tradicional, sugiriendo que el arte podía ser tan simple y absurdo como uno deseara. Allais no se detuvo ahí; continuó creando piezas monocromáticas con títulos irónicos y humorísticos, como «Cosecha de tomates por cardenales apopléjicos al borde del Mar Rojo”, un cuadro totalmente rojo.

Aunque en su momento fueron vistas como bromas, estas obras anticiparon movimientos artísticos posteriores como el suprematismo y el minimalismo, convirtiendo a Allais en un pionero inadvertido del arte conceptual.

No satisfecho con dejar su marca solo en la pintura, Alphonse Allais también incursionó en el mundo de la música, y lo hizo de la manera más provocativa posible. En 1897, compuso Marcha fúnebre compuesta para las exequias de un gran hombre sordo, una partitura completamente en blanco, toda una declaración sobre la naturaleza del dolor y el silencio. Allais argumentó que las grandes penas son mudas, y, por lo tanto, la partitura debía permanecer vacía.

Este enfoque radical hacia la música fue precursor del famoso 4’33» de John Cage, una obra de silencio que llegaría mucho después, en 1952. Aunque Cage es ampliamente reconocido por su trabajo en el silencio musical, fue Allais quien primero desafió las convenciones de la música con su obra inaudible.

Marcha fúnebre compuesta para el funeral de un gran hombre sordo, compuesta por Alphonse Allais en 1897
«Marcha fúnebre compuesta para el funeral de un gran hombre sordo», compuesta por Alphonse Allais en 1897. Crédito: Dominio público / Wikimedia Commons

Pero el legado de Alphonse Allais no se limita solo a sus experimentos con el arte y la música, su verdadero genio radica en su habilidad para tejer historias y relatos que desafiaban la lógica y las normas sociales de su tiempo. Fue un experto en el uso de los versos holorimos, que son versos completamente homófonos, es decir, que al leerlos suenan igual aunque las palabras y el significado sean diferentes. Por ejemplo, escribió:

Par les bois du djinn où s’entasse de l’effroi, / Parle et bois du gin, ou cent tasses de lait froid

La traducción literal seria Por los bosques del genio donde se amontona el espanto, / Habla y bebe ginebra, o cien tazas de leche fría, sin embargo al leerlo parece que ambos versos suenan igual.

Su talento para el humor verbal y las narraciones absurdas lo convirtió también en un maestro del cuento corto en la lengua francesa, donde exploraba las contradicciones de la sociedad y las exponía de manera ingeniosa combinando elementos de ciencia y tecnología con un tono satírico que parodiaba los descubrimientos de la época.

El asombro de los jóvenes reclutas al ver tu cielo azul por primera vez, oh Mediterráneo, pintado por Alphonse Allais en 1897
«El asombro de los jóvenes reclutas al ver tu cielo azul por primera vez, oh Mediterráneo», pintado por Alphonse Allais en 1897. Crédito: Dominio público / Wikimedia Commons

Uno de sus cuentos más memorables es El Capitán Cap donde describe la Sociedad de Explotación del Meat-Land, una ficticia mina de carne natural en Canadá. Según Allais, un accidente geológico había creado una cueva repleta de carne de animales cocidos al punto, protegidos por su propia grasa. Con un tono serio, propone la explotación comercial de este hallazgo, reflejando la especulación y la fiebre empresarial de su tiempo.

Otro ejemplo de su humor en la ciencia ficción es su propuesta de construir un puente flotante sobre el Canal de la Mancha utilizando latas de sardinas vacías como flotadores. Allais aseguraba que el aceite residual de las latas aplanaría las tormentas, garantizando la seguridad del puente.

Alphonse Allais falleció el 28 de octubre de 1905 en París. Su médico le había ordenado quedarse en cama durante seis meses a consecuencia de una flebitis, pero él ignoró la recomendación y seguía acudiendo al café como todos los días. El 27 de octubre, de regreso a casa, le dice a un amigo: ¡Mañana voy a estar muerto! Te ríes, pero yo no. Mañana, ¡voy a estar muerto! Y efectivamente, al día siguiente muere de embolia pulmonar.

Fue enterrado en el cementerio de Saint-Ouen, donde en 1944, durante la Segunda Guerra Mundial, una bomba destruyó completamente su tumba. Sus restos fueron simbólicamente trasladados a Montmartre en 2005, asegurando que su memoria permanezca viva en una ciudad que tanto amó y que lo inspiró a lo largo de su carrera.

El Museo Alphonse Allais en Honfleur
El Museo Alphonse Allais en Honfleur. Crédito: Jean Yves Loriot / Wikimedia Commons

Al final, Alphonse Allais nos deja con la lección de que el arte, en todas sus formas, no necesita ser grandioso o complejo para tener un impacto significativo. A veces, un cuadro en blanco o una página de música silenciosa pueden decir más que mil palabras.

Escribió más de 1700 relatos cortos, dos obras de teatro, una novela y numerosos poemas y aforismos que, por desgracia, no han sido traducidos al español salvo algunas escasas excepciones.

Su espíritu permanece en el Museo Alphonse Allais en Honfleur, considerado el museo más pequeño de Francia con tan solo 8 metros cuadrados. En él se guarda una colección de rarezas que incluyen el cráneo de Voltaire a los diecisiete años, un trozo auténtico de la falsa cruz, una taza de té china especial para zurdos, almidón azul, blanco y rojo para mantener la bandera francesa ondeando cuando no hay viento, y confeti negro para viudas, entre otras cosas.

El museo se fundó en la segunda planta de la antigua farmacia de sus padres en 1999, pero se trasladó a una nueva ubicación en la rue des Petites Boucheries en 2019.



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